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CAPÍTULO 27
EL CENTAURO Y EL ESPIA
- Apostaría que en este momento desearías no haber abandonado Adivinación, ¿verdad, Hermione? – le preguntó Parvati, sonriendo burlonamente.
Se encontraban desayunando, dos días después del despido de la profesora Trelawney, y Parvati estaba rizándose las pestañas con su varita y examinando el resultado en el reverso de su cuchara. Esa mañana, tendrían su primera lección con Firenze.
- No realmente – contestó Hermione con indiferencia, mientras leía El Profeta – La verdad es que nunca me gustaron los caballos.
Dio vuelta a la página del periódico y escudriñó las columnas.
- ¡Él no es un caballo, es un centauro! – exclamó Lavander, que sonaba horrorizada.
- Un centauro guapísimo.... – suspiró Parvati.
- Sea como sea, él todavía tiene cuatro patas – comentó Hermione con descaro – De todas formas, pensé que ustedes dos estarían completamente disgustadas por el hecho de que Trelawney se hubiera ido.
- ¡Lo estamos! – le aseguró Lavender – Fuimos a su oficina a verla; le llevamos algunos narcisos, y no los escandalosos de Sproud, sino unos agradables.
- ¿Cómo está ella? – preguntó Harry.
- No muy bien, la pobre – dijo Lavender con compasión. – Estaba llorando y diciendo que prefería dejar el castillo para siempre que quedarse aquí con Umbridge, y no la culpo, Umbridge se comportó horrible con ella ¿verdad?
- Tengo el presentimiento que Umbridge apenas empieza a ser horrible – comentó Hermione, sombría
- Imposible – afirmó Ron, quien estaba atacando un gran plato con huevos y tocineta – No puede llegar a ser peor de lo que ya ha sido.
- Pon atención a lo que te digo, ella va a querer vengarse de Dumbledore por nombrar al nuevo profesor sin consultarla – declaró Hermione, cerrando el periódico – En especial otro medio humano. Tú observaste la expresión en su rostro cuando vio a Firenze.
Después del desayuno Hermione partió hacia su clase de Aritmancia y Harry y Ron siguieron a Parvati y Lavender hacia el vestíbulo, encaminándose hacia Adivinación
-¿No vamos a subir a la Torre Norte? – preguntó Ron, confundido, mientras Parvati bordeaba la escalera de mármol.
Parvati lo miró desdeñosamente por encima del hombro.
- ¿Cómo esperas que Firenze suba esa escalera? Ahora estaremos en el aula once, lo colocaron en el tablón de anuncios de ayer.
El aula número once se encontraba ubicada en la planta baja a lo largo del corredor que conducía hacia el vestíbulo y en frente del Salón Principal. Harry sabía que esta era una de aquellas aulas que no se usaban habitualmente, por lo que tenía la apariencia ligeramente descuidada de una alacena o un depósito. Cuando entró, justo detrás de Ron, se encontró un claro en medio de un bosque, por lo que se quedó momentáneamente pasmado.
- ¿Qué le...........?
El piso del aula se había convertido en una banda musgosa donde crecían los árboles; sus ramas frondosas abanicaban a través del techo y las ventanas, logrando que la habitación estuviera repleta de suaves, moteados, verdes rayos de luz. Los estudiantes que ya habían llegado estaban sentados en el piso de tierra con sus espaldas descansando contra los troncos de los árboles o grandes rocas redondas, los brazos rodeando sus rodillas o plegados apretadamente sobre sus pechos, y luciendo todos bastante nerviosos. En mitad del claro, donde no había árboles, esperaba Firenze.
-Harry Potter – exclamó, tendiéndole la mano cuando Harry entró.
-Er.... Hola – saludó Harry, estrechando la mano del centauro, quien lo examinó sin pestañear a través de sus ojos asombrosamente azules, pero no sonrió – Er.... es bueno verte.
-Lo mismo digo – replicó el centauro, inclinando su cabeza rubio claro – Estaba predicho que nos volveríamos a encontrar.
Harry notó que en el pecho de Firenze se dibujaba una sombra con la forma de una pezuña. Mientras procedía a reunirse con el resto de la clase en el terreno, observó que todos le miraban con una expresión de temor, por lo visto profundamente impresionados por los términos en que él había hablado con Firenze, a quien al parecer encontraban intimidante.
Cuando la puerta se cerró y el último estudiante se hubo sentado en un tocón de árbol al lado de la papelera, Firenze hizo un gesto alrededor del salón.
-El professor Dumbledore amablemente acondiciono este salón para nosotros – señaló Firenze, cuando todos estuvieron acomodados – es una imitación de mi hábitat natural. Preferiría enseñar en el Bosque Prohibido que fue, hasta el pasado Lunes, mi hogar.......pero ya no es posible.
-Por favor...er....señor – dijo Parvati, jadeante, levantando la mano - ¿Por qué no? Nosotros hemos estado allí con Hagrid, no tenemos miedo.
-No es una cuestión de valor – replicó Firenze – si no de mi posición. No puedo regresar al Bosque. Mi rebaño me ha desterrado.
-¿Rebaño? – preguntó Lavender con voz confundida, y Harry supo que ella estaba pensando en vacas. - ¡Qué......oh!
La comprensión afloró a su cara.
– Hay otros como tú – dijo atónita.
-¿Hagrid los criaba, como a los Thestrals? – preguntó Dean ansiosamente.
Firenze giró su cabeza muy lentamente hacia el rostro de Dean, que en ese momento pareció darse cuenta que había dicho algo muy ofensivo.
-Yo no….quiero decir…..lo lamento – terminó, apenado.
-Los centauros no somos sirvientes o juguetes de los humanos – afirmó Firenze quedamente. Hubo una pausa antes que Parvati levantara la mano nuevamente.
-Por favor, señor......¿por qué los demás centauros lo desterraron?
-Porque estuve de acuerdo en trabajar para el Profesor Dumbledore – respondió Firenze – Piensan que es una traición a nuestra raza.
Harry recordó como, casi cuatro años atrás, el centauro Bane le había gritado a Firenze por permitir a Harry montar en la seguridad de su espalda; él lo había llamado “mulo común”. Se preguntó si habría sido Bane quien había pateado a Firenze en el pecho.
-Comencemos – ordenó Firenze. Meneó su larga cola de palomino, levantó su mano hacia la frondosa cubierta sobre su cabeza, luego la bajo lentamente, y mientras lo hacía, la luz de la habitación se debilito, al punto que ahora parecían estar sentados en un bosque en medio de la noche, y las estrellas aparecieron en el techo. Hubo jadeos y sobresaltos y Ron comento de forma audible:
-¡Caray!
-Acuéstense en el piso – ordenó Firenze con voz suave – y observen el cielo. Ahí está escrita, para todo el que quiera verla, la fortuna de nuestras razas.
Harry se estiró sobre su espalda y contempló el techo. Una centelleante estrella roja titilaba sobre su cabeza.
-Se que han aprendido los nombres de los planetas y sus lunas en Astronomía – comentó Firenze con voz calmada – y que han trazado mapas del progreso de las estrellas a través de los cielos. Los centauros han develado los misterios de estos movimientos hace siglos. Nuestros descubrimientos nos enseñan que el futuro puede ser vislumbrado en la bóveda celestial que está por encima de nosotros
-Nosotros vimos Astrología con la Profesora Trelawney – declaró Parvati con excitación, levantando la mano frente a ella de forma que sobresalió en el aire mientras yacía sobre su espalda – Marte origina accidentes, e incendios y cosas similares, y cuando está en ángulo con Saturno, tal como ahora – continuó, dibujando un ángulo recto en el aire – quiere decir que las personas deben ser mucho más cuidadosas cuando manipulen cosas calientes.
-Eso – dijo Firenze tranquilamente – es una tontería de los humanos.
La mano de Parvati cayó débilmente a su lado
-Heridas triviales, diminutos accidentes humanos – continuó Firenze, mientras sus pezuñas caían pesadamente sobre el suelo musgoso – no son más significativos que las hormigas para este amplio universo, y no se ven afectados por el movimiento planetario.
-La Profesora Trelawney.... – comenzó Parvati, con voz herida e indignada.
-Es una humana – afirmó Firenze, simplemente – y por lo tanto es tan estrecha de mente y está tan encadenada a sus limitaciones como todos los de tu clase.
Harry giró su cabeza muy levemente para mirar a Parvati. Lucía muy ofendida, así como varias de las personas que la rodeaban.
-Sybill Trelawney puede que tenga visiones, yo no lo sé – continuó Firenze, y Harry escuchó nuevamente el chasquido de su cola mientras se paseaba de arriba abajo delante de ellos – pero ella desaprovechaba su tiempo, en general, en el auto-halago sin sentido que los humanos llaman adivinación. Yo, sin embargo, estoy aquí para explicar la sabiduría de los centauros, que es impersonal e imparcial. Nosotros observamos en los cielos las grandes corrientes del mal o los cambios que a veces están marcados allí. Puede tomar diez años llegar a estar seguros de lo que estamos viendo. Firenze apuntó a la estrella roja colocada justo arriba de Harry
-En la pasada década, las indicaciones han señalado que el mundo mágico no está viviendo otra cosa que una breve calma entre dos guerras. Marte, el conductor de batallas, brilla intensamente sobre nosotros, sugiriendo que pronto la pelea se manifestará nuevamente. Cuan pronto, los centauros pueden tratar de adivinar haciendo arder ciertas hierbas y hojas, por la observación del humo y la llama
Esta fue la más inusual lección a la que Harry hubiera asistido nunca. Quemaron salvia y malva dulce en el piso del aula, y Firenze les dijo que buscaran ciertas formas y símbolos en la humareda acre, pero parecía completamente despreocupado ante el hecho de que ninguno pudiera ver ninguno de los signos descritos, asegurándoles que los humanos difícilmente eran buenos para esto, que a los centauros les costaba años y años volverse competentes, y terminó diciéndoles que de cualquier modo era tonto poner demasiada fe en tales cosas, porque incluso los centauros algunas veces las leían equivocadamente. Firenze no se parecía para nada a ningún profesor humano que hubiera tenido. Su prioridad no parecía ser enseñarles lo que sabía, sino más bien dejarles la impresión de que nada, ni siquiera el conocimiento de los centauros, era infalible.
-El no es muy preciso en nada, ¿verdad? – comentó Ron en voz baja, mientras echaba su malva dulce al fuego. – Digo, podría dar algunos otros detalles acerca de esta guerra que estamos a punto de tener, ¿no crees?
La campana repicó afuera de la puerta del salón de clases y todos saltaron; Harry había olvidado completamente que todavía seguían dentro del castillo, y estaba totalmente convencido de que realmente estaban en el bosque. La clase desfiló hacia la salida, luciendo ligeramente perplejos. Harry y Ron estaban a punto de seguirlos cuando Firenze llamó:
-Harry Potter, un palabra, por favor.
Harry se volvió. El centauro avanzo hacia él. Ron se quedó parado, vacilando.
-Tú puedes quedarte – le dijo Firenze – pero cierra la puerta, por favor – Ron se apresuró a obedecer.
-Harry Potter, tú eres amigo de Hagrid, ¿cierto? – dijo el centauro.
-Sí – replicó Harry
-Entonces dale una advertencia de mi parte. Su tentativa no está funcionando. Sería mejor si la abandonara.
-¿Su tentativa no está funcionando? – repitió Harry, inexpresivamente.
-Y sería mejor que la abandonara – repitió Firenze, asintiendo. – Advertiría a Hagrid yo mismo, pero estoy desterrado y sería imprudente que me acercara al Bosque por ahora. Hagrid tiene suficientes problemas como para añadirle una batalla de centauros.
-Pero, ¿qué es lo que Hagrid intenta hacer? – preguntó Harry, nervioso.
Firenze lo examinó impasible.
-Recientemente, Hagrid me hizo un gran servicio – aclaró Firenze – y hace mucho tiempo que se ganó mi respeto por la preocupación que muestra hacia todas las criaturas vivas. No revelaré su secreto. Pero en necesario que el recupere la sensatez. La tentativa no está funcionando. Díselo, Harry Potter. Buen día para ambos.
La felicidad que Harry había sentido luego de la entrevista de The Quibbler hacía rato que se había esfumado. Como un monótono Marzo difuminado dentro de una borrasca de Abril, su vida parecía haberse convertido nuevamente en una larga serie de preocupaciones y problemas
Umbridge había continuado encargada de dictar las lecciones de Cuidado de Criaturas Mágicas, así que había sido muy difícil dar a Hagrid la advertencia de Firenze. Al final, Harry lo había solucionado fingiendo haber perdido su copia de Bestias Fantásticas y Dónde Encontrarlas, y un día había regresado al salón luego de terminada la clase. Cuando él repitió las palabras de Firenze, Hagrid lo contempló un momento a través de sus hinchados y ennegrecidos ojos, aparentemente sorprendido. Luego pareció recuperar la compostura.
-Un tipo simpático, Firenze – comentó bruscamente – pero no sabe lo que está diciendo. Las tentativas vienen bien.
-¿Hagrid, en qué lío estás metido ahora? – le preguntó Harry con seriedad – Porque debes ser cuidadoso, Umbridge acaba de despedir a Trelawney y, si me preguntas, ella está enredando. Si tú haces cualquier cosa que no deberías, podrías ser.......
-Hay cosas más importantes que conservar un trabajo – afirmó Hagrid, aunque sus manos se estremecieron ligeramente mientras decía esto y una palangana llena de excrementos de Knarl se estrelló en el piso. – No te preocupes por mi, Harry, sólo sigue adelante, como buen chico.
A Harry no le quedó más remedio que dejar a Hagrid recogiendo el estiércol regado en el piso, pero en el fondo se sentía completamente abatido mientras, andando con paso cansado, regresaba al castillo.
Entretanto, como los profesores y Hermione insistían en recordarles, los examenes se aproximaban. Todos los chicos de quince años estaban sufriendo de stress en algún nivel, pero Hannah Abbott se convirtió en la primera en recibir un tranquilizante de Madam Pomfrey después que se echó a llorar durante Herbología, y sollozaba exclamando que era demasiado estúpida para presentar los exámenes y quería irse de la escuela de inmediato.
De no haber sido por las lecciones de DA, Harry pensaba que hubiera estado extremadamente descontento. A veces pensaba que vivía para las horas que pasaba en las Habitación de Requisitos, trabajando duro pero disfrutando al mismo tiempo, hinchándose de orgullo cuando veía alrededor a sus camaradas de DA y observaba cuanto habían avanzado. Ciertamente, Harry se preguntaba a veces como reaccionaría Umbridge cuando todos los miembros de DA recibieran “Sobresaliente” en su clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.
Finalmente habían comenzado a trabajar en el Patronus, que todo el mundo había estado muy entusiasmado en practicar; sin embargo, como Harry les recordó, producir un Patronus en medio de una clase brillantemente alumbrada era algo muy diferente a hacerlo cuando te enfrentabas a la amenaza de algo como un Dementor.
-Oh, no seas aguafiestas – reclamó Cho alegremente, observando su Patronus formado por un cisne plateado que se remontaba alrededor del salón durante su última lección antes de Pascua. ¡Son tan lindos!
-No se supone que ellos sean lindos, se supone que te protejan – apuntó Harry, pacientemente – Lo que de verdad necesitamos es un Boggart o algo así; de ese modo podemos aprender como conjurar un Patronus mientras el Boggart está pretendiendo ser un Dementor.
-¡Pero eso sería realmente aterrador! – exclamó Lavender, quien estaba disparando bocanadas de vapor plateado por la punta de su varita – ¡Y yo todavía....no puedo.....hacer esto! – agregó disgustada.
También Neville estaba teniendo problemas. Su rostro estaba arrugado mientras trataba de concentrarse, pero de la punta de su varita sólo brotaban volutas de humo plateado.
-Tienes que pensar en algo feliz – le recordó Harry.
- Estoy tratando – dijo Neville tristemente, haciendo un esfuerzo tan grande que su redondo rostro brillaba con el sudor.
-¡Harry, creo que lo estoy consiguiendo! – gritó Seamus, quien había sido traído a su primera sesión de DA por Dean - ¡Mira....ah....se fue....pero definitivamente era algo peludo, Harry!
El Patronus de Hermione, una brillante nutria plateada, brincaba por todos lados alrededor de ella – Son lindas, ¿verdad? – dijo, mirándola cariñosamente.
La puerta de la habitación se abrió y se cerró. Harry miró alrededor para ver quién había entrado, pero no parecía haber nadie ahí. Esto pasó momentos antes de darse cuenta que la gente ubicada cerca de la puerta habían hecho silencio. Lo siguiente que supo fue que alguien tiraba de su túnica en alguna parte cerca de las rodillas. Miró hacia abajo y vio, con gran asombro, a Dobby, el elfo de la casa, mirándolo desde debajo de sus ocho sombreros de lana habituales.
-¡Hola, Dooby! – lo saludó - ¿Qué estás.....qué te pasa?
El elfo tenía los ojos abiertos con terror y estaba temblando. Los miembros del DA que se encontraban más cerca de Harry habían guardado silencio; Todos en el salón observaban a Dobby. Los pocos Patronus que la gente había logrado conjurar se desvanecieron en una niebla plateada, dejando la habitación mucho mas oscura que antes.
-Harry Potter....señor – dijo el elfo con voz aguda, temblando de la cabeza a los pies – Harry Potter, señor....Dobby ha venido a advertirle....aunque los elfos de la casa han sido prevenidos para que no hablaran........
Él corrió con la cabeza hacia la pared. Harry, quien tenía experiencia de los hábitos de Dobby para auto-castigarse, intento detenerlo, pero Dobby tan apenas rebotó sobre la piedra, mientras sus ocho sombreros le servían de almohada. Hermione y unas cuantas chicas más dejaron escapar chillidos de miedo y simpatía.
-¿Qué está pasando, Dobby? – preguntó Harry, agarrando al elfo por el diminuto brazo y alejándolo de cualquier cosa con la que pudiera tratar de lastimarse.
-Harry Potter.......ella......ella...
Dobby se golpeó fuertemente en la nariz con el puño libre. Harry lo detuvo nuevamente.
-¿Quién es “ella” Dobby?
Pero él creía saberlo; con toda seguridad sólo había una “ella” que pudiera inducir tal miedo en Dobby.
-¿La Umbridge? – preguntó Harry, horrorizado.
Dobby asintió, luego trató de impactar su cabeza contra las rodillas de Harry. Este lo sujetó a prudente distancia.
-¿Qué pasa con ella? ¿Dobby...... ella no habrá averiguado sobre esto......sobre nosotros.....sobre el DA?
Él leyó la respuesta en la afligida cara del elfo. Aferró sus manos mientras el duende intentaba golpearse y caía en el suelo.
-¿Ella está viniendo para acá? – preguntó Harry, quedamente.
Dobby soltó un aullido y empezó a batir con fuerza sus pies desnudos contra el piso.
-¡Sí, Harry Potter, sí!
Harry se enderezó y miró a las personas que lo rodeaban que, inmóviles, contemplaban aterrorizadas al elfo que se retorcía.
-¿QUÉ ESTÁN ESPERANDO? – bramó Harry - ¡CORRAN!
De inmediato, todos corrieron hacia la salida, formando un follón en la puerta, mientras la gente la atravesaba a empujones. Harry podía oírlos correr a toda velocidad a lo largo de los corredores y esperó que tuvieran el buen sentido de no intentar hacer todo el recorrido hasta sus dormitorios. Eran apenas las diez y nueve minutos; bastaba con que se refugiaran en la biblioteca o la lechucearía que quedaban más cerca.
-¡Harry, vámonos! – gritó Hermione desde el centro del grupo de personas que peleaban por salir.
Él levantó a Dobby, quien aún seguía intentando dañarse seriamente, y corrió con el elfo en brazos para unirse a los últimos de la fila.
-Dobby, esto es una orden, regresa a la cocina con los otros elfos y, si ella te pregunta si me advertiste, miente y di que no – dijo Harry - ¡Y te prohíbo que te lastimes a ti mismo¡ - agregó, bajando al duende al tiempo que alcanzaba el umbral y cerraba la puerta detrás de él.
-¡Gracias, Harry Potter! – dijo Dobby con voz aguda y desapareció como un rayo. Harry miró a derecha e izquierda, todos los demás se habían movido tan rápido que apenas percibió vislumbres de sus talones voladores al final del corredor antes que ellos desaparecieran; él comenzó a correr hacia la derecha; había un baño de chicos adelante y podía pretender que había estado ahí todo el tiempo si podía alcanzarlo.
-AAARGH
Algo lo atrapó por los tobillos y él cayó espectacularmente, dando un patinazo de seis pies hacia delante antes de detenerse. Alguien detrás de él estaba riendo. Dio la vuelta sobre su espalda y vio a Malfoy en un nicho, debajo de un florero con la forma de un horrible dragón.
-¡Mal tropezón, Potter! – comentó - ¡Hey, Profesora.....PROFESORA!¡Tengo a uno!
Umbridge vino apresurada de una esquina alejada, sin respiración pero con una sonrisa de placer.
¡Es él! – exclamó jubilosa ante la visión de Harry en el piso. - ¡Excelente, Draco, excelente, oh, muy bien!¡Cincuenta puntos para Slytherin! Yo me haré cargo de él.....¡Arriba, Potter!
Harry se puso de pie, mirando intensamente a ambos. Nunca había visto a Umbridge luciendo tan feliz. Agarró su brazo con fuerza y se volteó, radiante, hacia Malfoy.
-Sigue adelante y mira si puedes acorralar a otro de ellos, Draco – le ordenó – Dile a los demás que busquen a cualquiera que esté sin aliento; revisen en la biblioteca, en los baños, la señorita Parkinson puede hacerlo en el de las chicas.....te puedes ir...... y tú – agregó en su voz más suave, mas peligrosa, mientras Malfoy se alejaba, - ¡tú puedes venir conmigo a la oficina del director, Potter!
En minutes se encontraron frente a la gárgola de piedra. Harry se preguntaba a cuantos más habían capturado. Pensaba en Ron, la Señora Weasley lo mataría, y en como Hermione se sentiría si fuera expulsada antes que pudiera tomar su OWLs. Y esta había sido la primerísima reunión de Seamus......y Neville lo estaba haciendo tan bien.....
-“Fizzing Whizzbee” – canto Umbridge; la gárgola de piedra saltó a un lado, la grieta en la pared detrás de ella se abrió y ellos ascendieron por la escalera de piedra en movimiento. Alcanzaron la pulida puerta con un grifo de aldaba, pero Umbridge no se molestó en tocar, entró con grandes zancadas, todavía sujetando fuertemente a Harry
La oficina estaba llena de personas. Dumbledore estaba sentado detrás de su escritorio, con las puntas de sus largos dedos juntas. La Profesora McGonagall estaba parada rígidamente a su lado, su rostro extremadamente tenso. Cornelius Fudge, el Ministro de Magia, al lado del fuego se mecía hacia atrás y hacia delante sobre la punta de sus pies, en apariencia inmensamente complacido con la situación; Kimgsley Shacklebolt y un mago de mirada dura y un muy corto cabello estropajoso que Harry no reconoció, estaban colocados a ambos lados de la puerta en actitud de guardianes, y la pecosa forma con lentes de Percy Weasley permanecía en inmóvil excitación al lado de la pared, con una pluma y un pesado rollo de pergamino en sus manos, aparentemente dedicado a tomar notas.
Los retratos de antiguos directores y directoras no fingían dormir esa noche. Todos ellos se mantenían alertas y serios, observando lo que estaba pasando abajo. Cuando Harry entró, unos pocos se movieron hacia los marcos de al lado y murmuraron urgentemente en el oído de su vecino.
Harry forcejeó para liberarse del agarre de Umbridge mientras la puerta batía cerrándose detrás de ellos. Cornelius Funge lo miró con hostilidad, con una especie de viciosa satisfacción en su rostro.
-Bien – dijo – Bien, bien, bien....
Harry le replicó con la mirada de mayor desprecio que pudo lograr. Su corazón repicaba locamente dentro de su pecho, pero su mente estaba extrañamente fría y clara.
-Él estaba regresando a la Torre Gryffindor – señaló Umbridge. Había una indecente excitación en su voz, el mismo insensible placer que Harry había escuchado cuando ella observó a la Profesora Trelawney desvanecerse con dolor en el vestíbulo principal – El chico Malfoy lo arrinconó.
-Lo hizo, lo hizo – comentó Fudge con aprobación – Debo recordar decírselo a Lucius. Bien, Potter......Espero que sepas por qué estás aquí.
Harry tenía toda la intención de contestar “sí”; su boca se abrió y empezaba a formar la palabra cuando divisó la cara de Dumbledore. Este no miraba directamente a Harry, sus ojos estaban fijos en un punto justo sobre sus hombros, pero mientras Harry lo miraba fijamente, él movió su cabeza una fracción de pulgada para cada lado. Harry cambió la dirección de su respuesta.
-S….No
-¿Disculpa? – dijo Fudge.
-No – repitió Harry, firmemente
-¿Tú no sabes por qué estás aquí?
-No, no lo sé – contestó Harry.
Incrédulo, Fudge paseó la mirada de Harry a la Profesora Umbridge. Harry tomó ventaja de este momento de distracción para lanzar otra rápida mirada hacia Dumbledore, quien dio a la alfombra el más diminuto de los asentimientos y la sombra de un guiño.
-¿Así que tu no tienes idea – insistió Fudge, con la voz repleta de sarcasmo – de por qué la Profesora Umbridge te ha traído a esta oficina? ¿No estás consciente de que has roto las reglas de la escuela?
-¿Reglas de la escuela? – se sorprendió Harry – No.
-¿O los decretos del Ministerio? – enmendó Fudge, colérico.
-No sé de que debo estar consciente – replicó Harry , monótono.
Su corazón todavía latía muy rápido. Hacía falta valor para decir esas mentiras y al mismo tiempo observar como a Fudge le aumentaba la presión de la sangre, pero no sabía cómo diablos escaparía de ellos; si alguien había dado información a Umbridge sobre el DA entonces él, el líder, ya podía empezar a empacar sus maletas.
-Asi que esto es nuevo para ti, ¿no es así? – inquirió Fudge, su voz ahora gruesa por la cólera - ¿Qué una organización estudiantil ilegal ha sido descubierta dentro de esta escuela?
-Sí, lo es – afirmó Harry, reflejando una poco convincente expresión de sorpresa en su rostro.
-Creo, señor Ministro – intervino Umbridge, deslizándose al lado de él – que podremos hacer mayores progresos si traemos a nuestro informante.
-Sí, sí, hágalo – aceptó Fudge, asintiendo, mirando con malicia a Dumbledore mientras Umbridge abandonaba el salón. No hay nada mejor que un buen testigo, ¿verdad Dumbledore?
-Absolutamente nada, Cornelius – aceptó Dumbledore gravemente, inclinando la cabeza.
Hubo varios minutos de espera, durante los cuales ninguno miró a los demás, luego Harry escuchó la puerta abrirse detrás de él. Umbridge entró en la habitación, llevando por el hombro a la amiga de pelo rizado de Cho, Marietta, quien ocultaba el rostro entre las manos.
-No estés asustada, querida, no tengas miedo – dijo la Profesora Umbridge suavemente, palmeándole la espalda – ya está todo bien. Has hecho lo correcto. El Ministró está muy complacido contigo. Él le dirá a tu madre lo buena chica que has sido.
La madre de Marieta, señor Ministro – agregó, levantando la mirada hacia Funge – es Madam Edgecombe del Departamento de Transportación Mágica, en la oficina de Flooo Network.....ella ha estado ayudándonos a vigilar los fuegos de Hogwarts, ya sabe.
-¡Bien, bien! – exclamó Fudge alegremente – De tal madre, tal hija, ¿eh? . Bien. Vamos. Ahora, querida, levanta la vista, no seas tímida, y deja que oigamos lo que tienes que decir........¡galopando gárgolas!
Mientras Marietta alzaba la cabeza, Fudge brincó hacia atrás impresionado, casi aterrizando en el fuego. Maldijo y pisó el dobladillo de su capa que había comenzado a humear. Marieta dio un gemido y subió el cuello de su toga hasta sus ojos, pero no antes que todo el mundo hubiera visto que su rostro estaba horriblemente desfigurado por una serie de póstulas púrpura muy juntas, que se habían propagado a través de su nariz y mejillas hasta formar la palabra “SOPLON”
-No te preocupes por las póstulas ahora, querida – dijo Umbridge con impaciencia – Solo lleva tu toga lejos de tu boca y cuéntale al Ministro.
Pero Marietta dio otro gemido amortiguado y movió la cabeza frenéticamente
-Oh, bien, eres una tonta, yo se lo diré – dijo Umbridge con brusquedad. Esbozó nuevamente su enfermiza sonrisa y declaró: - Verá, Señor Ministro, la Señorita Edgecombe fue a mi oficina esta noche poco después de la cena y comentó que había algo que quería decirme. Me sugirió que si me dirigía a una habitación secreta en el séptimo piso, conocida algunas veces como Habitación del Requisito, encontraría algo muy favorable para mí. La interrogué un poco más y admitió que había alguna clase de reunión allí. Desafortunadamente, al llegar a ese punto – apuntó, señalando impaciente el rostro oculto de Marietta – ocurrió esto y al observar su rostro en el espejo, la joven se afligió demasiado como para decirme algo más
-Bien, ahora – indicó Fudge, deteniéndose en Marietta con lo que él evidentemente imaginaba era algún tipo de mirada paternal – fue muy valiente de tu parte, mi querida, ir a contarle a la Profesora Umbridge. Hiciste lo correcto. Ahora, ¿me dirás lo que sucedió en esa reunión?¿Cuál fue su propósito?¿Quién estaba allí?
Marietta no podía hablar; apenas sacudió nuevamente la cabeza, con los ojos abiertos y espantados.
-¿No tenemos un hechizo para contrarrestar esto? – le preguntó Fudge a Umbridge con impaciencia, señalando hacia el rostro de Marieta. - ¿Así ella podría hablar libremente?
-Yo aún no he logrado encontrar ninguno – admitió Umbridge a regañadientes, y Harry sintió una oleada de orgullo ante la eficacia de la maldición de Hermione. – Pero no importa si no quiere hablar, yo puedo continuar la historia desde aquí
Usted recordará, Señor Ministro, que le envié un reporte en Octubre en relación a una reunión que tuvo Potter con varios compañeros en el Cabeza de Cerdo en Hogsmeade.
-¿Y qué evidencia tenías de eso? – la interrumpió la Profesora McGonagall.
-Verás, Minerva, tengo el testimonio de Willy Widdershins, quien acertó a estar en el bar en ese momento. Él está fuertemente vendado, es cierto, pero su audición permanece intacta – afirmó Umbridge con aire satisfecho – Él escuchó cada palabra que Harry dijo y se apresuró a venir directamente a la escuela para reportarlo conmigo.
-¡Oh, así que por eso no fue acusado por montar todos aquellos baños regurgitantes! – exclamó la Profesora McGonagall, elevando las cejas - ¡Qué gran alcance el de nuestro sistema de justicia!
-¡Patente corrupción! – gritó el retrato de un mago corpulento, de nariz roja, desde la pared que se encontraba detrás del escritorio del Profesor Dumbledore. - ¡El Ministerio no hacía tratos con mezquinos criminales en mis días, no señor, no lo hicieron!
-Gracias, Fortescue, así se habla – dijo Dumbledore suavemente.
-El propósito de la reunión de Potter con esos estudiantes – continuó la Profesora Umbridge – era persuadirlos para unirse en una sociedad ilegal, cuya meta era aprender hechizos y maldiciones que el Ministerio considera son inapropiados para la edad escolar.
-Creo que te encontrarás con que estás equivocada en eso, Dolores – señaló Dumbledore tranquilamente, mirándola fijamente sobre sus gafas de medialuna colocadas a mitad de camino sobre su nariz torcida.
Harry se le quedó mirando fijamente. No se le ocurría como Dumbledore podría salvarlo de esta; si Willy Widdershins había oído cada palabra que había dicho en el Cabeza de Cerdo no tenía escape.
-¡Oho! – DIJO fudge, balanceándose sobre sus pies arriba y abajo nuevamente - ¡Sí, Dumbledore, déjenos oír el último cuento chino diseñado para sacar a Potter de un problema! Adelante, Dumbledore. Adelante. -Willy Widdershins estaba mintiendo, ¿verdad? ¿O quizás Potter tenía un gemelo idéntico en el Cabeza de Cerdo ese día? ¿O es la habitual explicación simple que involucra un cambio en el sentido del tiempo, un muerto que regresa a la vida o una pareja de invisibles Dementors?
Percy Weasley dejó escapar una fuerte carcajada.
¡Oh, muy bien, Señor Ministro, muy bien!
Harry lo hubiera pateado. Luego vio, con asombro, que Dumbledore también sonreía suavemente.
-Cornelius, no te voy a mentir….y tampoco, estoy seguro, lo hará Harry. Él estaba en el bar Cabeza de Cerdo ese día, y es cierto que estaba tratando de reclutar estudiantes para su grupo de Defensa Contra las Artes Oscuras. Sólo quiero puntualizar que Dolores está muy equivocada al sugerir que tal grupo era, para ese momento, ilegal. Si recuerdas, el Decreto del Ministerio prohibiendo todas las sociedades estudiantiles no entró en efecto hasta dos días después que Harry se reuniera en Hogsmeade, así que él no rompió ninguna regla en el Cabeza de Cerdo.
Percy lo miró como si le hubieran golpeado el rostro con algo muy pesado. Fudge permaneció inmóvil en mitad de su balanceo, con la boca abierta. Umbridge fue la primera en recuperarse.
-Todo eso está bien, Director – aceptó ella, sonriendo “dulcemente” – pero hace casi seis meses de la implementación del Decreto Educacional Número Venticuatro. Si la primera reunión no era ilegal, todas las que han ocurrido desde entonces ciertamente que sí.
-Bueno – dijo Dumbledore, examinándola con cortes interés desde la parte superior de sus dedos entrecruzados – definitivamente lo serían, si hubieran continuado después que el Decreto entró en efecto. Tú no tienes evidencia de que esas reuniones continuaran, ¿verdad?
Mientras Dumbledore hablaba, Harry escuchó un susurro detrás de él y pensó que Kingley había murmurado algo. Podría haber jurado, además, que sintió algo que rozaba contra su costado, algo suave como una corriente de aire o las alas de un pájaro, pero al mirar hacia abajo no vio nada ahí.
-¿Evidencia? – repitió Umbridge, con esa horriblemente ancha sonrisa de sapo - ¿Acaso no me escuchó, Dumbledore?¿Por qué cree que está aquí la Señorita Edgecombe?
-¿Oh, ella nos puede contar acerca de seis meses de reuniones? – preguntó Dumbledore, elevando sus cejas – Yo tenía la impresión que sólo estaba reportando la reunión de esta noche.
-La Señorita Edgecombe – replicó Umbridge de inmediato – nos dijo cuanto tiempo llevaban efectuándose estas reuniones. Querida, basta con que asientes o niegues con la cabeza, estoy segura que eso no empeorara las pústulas. ¿Esto ha venido ocurriendo regularmente durante los últimos seis meses?
Harry sintió un horrible vacío en el estómago. Esto era todo, ellos habían armado un callejón sin salida con una evidencia tan sólida que ni siquiera Dumbledore sería capaz de transformar.
-Sólo asiente o niega con tu cabeza, querida – animó Umbridge persuasiva. – Vamos, no se reactivará el maleficio.
Todos en la habitación miraban la parte superior del rostro de Marieta. Únicamente sus ojos eran visibles entre las ropas elevadas y su flequillo rizado. Quizás fuera un truco de la luz que originaba el fuego, pero sus ojos se veían extrañamente vacíos. Y entonces, ante el absoluto asombro de Harry, ella negó con la cabeza.
Umbridge miró rápidamente a Fudge, luego regresó a Marieta.
-No creo que hayas entendido la pregunta, ¿verdad,querida? – insistió Umbridge ¿Te pregunté si has estado yendo a esas reuniones durante los últimos seis meses? ¿Lo has hecho, verdad?
Nuevamente, Marieta sacudió la cabeza
-¿Qué significa que estés sacudiendo la cabeza, querida? – preguntó Umbridge con voz irritada.
-Yo pensaría que su significado está suficientemente claro – intervino la Profesora McGonagall severamente, - no ha habido reuniones secretas durante los pasados seis meses. ¿Es eso correcto, Señorita Edgecombe?
Marieta asintió.
-¡Pero había una reunión esta noche! – exclamó Umbridge, furiosa – ¡Había una reunión, Señorita Edgecombe, usted me lo dijo, en la Habitación de Requisitos! Y Potter era el líder, no sólo eso, Potter la organizó, Potter....... ¿Por qué estás sacudiendo la cabeza, muchacha?
-Bueno, habitualmente cuando una persona sacude su cabeza – ironizó McGonagall fríamente – eso significa NO. A menos que la Señorita Edgecombe esté utilizando una forma de lenguaje todavía desconocida para los humanos.
La Profesora Umbridge aferró a Marietta, dándole vuelta para mirarla a la cara y comenzó a sacudirla muy fuerte. Una fracción de segundo más tarde Dumbledore estaba sobre sus pies, levantando la varita; Kingsley comenzó a avanzar y Umbridge brinco detrás de Marieta, ondeando sus manos en el aire como si estuvieran ardiendo.
-No puedo permitir que maltrates a mis estudiantes, Dolores – advirtió Dumbledore y, por primera vez, se veía disgustado.
-Usted debe calmarse, Madam Umbridge – dijo Kingsley, con su voz profunda, lenta – No querrá meterse en un problema ahora.
-¡No! – exclamó Umbridgue sin aliento, mirando la imponente altura de Kingsley – Quiero decir, sí.....tienes razón, Shacklebolt.....yo.....yo perdí el control.
MarietTa seguía parada exactamente donde Umbridge la había liberado. No parecía ni perturbada por el repentino ataque de Umbridge, ni aliviada por su liberación; seguía con su túnica alzada hasta sus ojos extrañamente vacíos y mirando fijamente al frente.
Una repentina sospecha, relacionada con el susurro de Kingsley y la cosa que había sentido pasar como un relámpago a su lado, brotó en la mente de Harry.
-Dolores – llamó Fudge, tratando de definir algo de una vez por todas – la reunión de esta noche......alguien sabe si realmente ocurrió.
-Sí – contestó Umbridge, acercándose – sí....bueno, la Señorita Edgecombe me dio la información y procedí de inmediato a ir al séptimo piso, acompañada de ciertos estudiantes confiables, con el fin de coger a los de la reunión con las manos en la masa. Sin embargo, parece ser que fueron prevenidos de mi llegada, porque cuando alcanzamos el séptimo piso, todos corrían a los cuatro vientos. De cualquier manera, eso no tiene importancia. Aquí tengo los nombres de todos ellos. La Señorita entró a la Habitación para ver si habían dejado algo detrás. Necesitábamos evidencia y ese sitio nos la proporcionó.
Y ante el horror de Harry, sacó de su bolsillo la lista de nombres que estaba prendida con un alfiler en la Habitación de Requisitos y se la pasó a Fudge. Al momento que vi el nombre de Potter en la lista, supe de lo que se trataba – dijo suavemente.
-Excelente – felicitó Fudge, con una sonrisa cruzando rápidamente su cara – excelente, Dolores. Y......por el trueno....
Miró a Dumbledore, quien seguía parado al lado de Marietta, sujetando su varita holgadamente en su mano.
-¿Ves como se han auto-denominado? – comentó Fudge suavemente. El Ejército de Dumbledore.
Dumbledore estiró la mano y tomó el pedazo de pergamino que mostraba Fudge. Miró el encabezado garabateado por Hermione meses atrás y por un momento pareció incapaz de hablar. Luego alzó la vista, sonriendo.
-Bien, se acabó la jugada – dijo simplemente - ¿Quieres mi confesión escrita, Cornelius, o es suficiente mi declaración ante estos testigos?
Harry observó como McGonagall y Kingsley se miraban entre sí. Había miedo en ambos rostros. Él no entendía lo que pasaba ni, aparentemente, tampoco Fudge.
-¿Declaración? – preguntó Fudge, lentamente. ¿Qué......yo no.......?
-El Ejército de Dumbledore, Cornelius – los aclaró, aún sonriendo mientras ondeaba la lista de nombres frente al rostro de Fudge – No El Ejército de Potter. El Ejército de Dumbledore.
-Pero.....pero......
La comprensión resplandeció repentinamente en el rostro de Fudge. Dio un paso hacia atrás horrorizado, gritó y saltó sobre el fuego nuevamente.
-¿Tú? – susurró, pisando su capa que ardía nuevamente.
-Así es – afirmó Dumbledore, amablemente
-¿Tú organizaste esto?
-Sí – confirmó Dumbledore
-¿Tú reclutaste a estos estudiantes para.......para tu ejército?
-Se suponía que esta noche sería la primera reunión – aclaró Dumbledore, asintiendo – Apenas para ver si ellos estaban interesados en unírseme. Ahora veo que fue un error invitar a la Señorita Edgecombe, por supuesto.
Marieta asintió. Fudge corrió la mirada de ella a Dumbledore mientras hinchaba el pecho.
-¡Entonces tú estás haciendo planes contra mí! – le gritó.
-Eso es correcto – aceptó Dumbledore, risueño.
-¡No! – gritó Harry.
Kingsley le lanzó una mirada de advertencia, McGonagall abrió los ojos amenazadoramente, pero repentinamente se había hecho evidente para Harry lo que Dumbledore estaba a punto de hacer, y él no podía permitirlo.
-¡No.....Profesor Dumbledore!
-Tranquilo, Harry, o me temo que tendrás que abandonar mi oficina – advirtió Dumbledore calmadamente.
-¡Sí, cállate, Potter! – ladró Fudge, quien todavía observaba fijamente a Dumbledore, con una especie de deleite horrorizado – Bien, bien, bien..... vine aquí esta noche esperando expulsar a Potter y en vez de eso.....
-En vez de eso me vas a arrestar a mí – terminó Dumbledore, sonriendo – Es como perder un Knut y encontrar un Galeon, ¿verdad?
-¡Weasley! – gritó Fudge, ahora positivamente temblando con deleite – Weasley, ¿Has escrito todo, todo lo que dijo, su confesión, la tienes?
-¡Sí, señor, creo que sí! – contestó Percy ansiosamente, con su nariz salpicada de tienta debido a la velocidad con que estaba tomando notas.
-¿Algo sobre cómo ha estado tratando de construir un ejército contra el Ministerio, de cómo ha estado intentando conspirar para desestabilizarme?
-Sí, señor, ¡ya lo tengo, sí! – confirmo Percy, revisando sus notas alegremente.
-Muy bien, entonces – declaró Fudge en ese momento radiante de regocijo – Sácale un duplicado, Weasley, y envía una copia al Profeta. ¡Si enviamos una lechuza de inmediato, saldrá en la edición de la mañana! – Percy salió de la habitación, dando un portazo detrás de él y Fudge se volvió hacia Dumbledore – Ahora serás escoltado de regreso al Ministerio donde serás acusado formalmente, luego se te enviará a Azkaban para esperar el juicio.
-Ah – dijo Dumbledore gentilmente – Sí, claro. Yo pensé que podríamos arreglar este pequeño inconveniente.
-¡¿Inconveniente?! – exclamó Fudge, con la voz todavía vibrante de placer - ¡No me parece un inconveniente, Dumbledore!
-Bueno – replicó Dumbledore, en tono de disculpa - temo tener que hacerlo.
-¿El qué?
-Bien….. es sólo que pareces estar trabajando bajo la falsa ilusión de que yo voy a... ¿cuál sería la frase?.....quedarme tranquilo. Y me temo que no me voy a quedar tranquilo d ningún modo, Cornelius. No tengo la más mínima intención de ser enviado a Azkaban. Podría escapar, de hecho, pero sería una pérdida de tiempo, y francamente, se me ocurren una buena cantidad de cosas que preferiría estar haciendo.
La cara de Umbridge enrojecía más cada vez; lucía como si estuviera llena de agua hirviendo. Fudge se quedó mirando a Dumbledore con una expresión muy tonta en la cara, como si simplemente hubiera quedado aturdido por un repentino golpe y no pudiera creer lo que había pasado. Con un pequeño ahogo, miró alrededor a Kingsley y el hombre de pelo corto, que era el único en el salón que había permanecido en silencio hasta ahora. Este último le hizo a Fudge un gesto tranquilizador y se adelantó ligeramente, alejándose de la muralla. Harry vio que su mano se dirigía, casi casualmente, hacia su bolsillo.
-No seas estúpido, Dawlish – le dijo Dumbledore, bondadosamente – Estoy seguro que eres un excelente Auror, me parece que lograste sobresaliente en todas tus NEWTs, pero si intentas.......er..... apresarme a la fuerza, tendré que lastimarte.
El hombre llamado Dawlish parpadeó confundido. Miró hacia Fudge nuevamente, pero esta vez parecía estar esperando una señal de lo que debería hacer.
-Entonces – dijo Fudge con desprecio, recuperándose – tienes la intención de enfrentarte con Dawslish, Shacklebolt, a Dolores y a mi mismo sin ayuda de nadie, ¿es así, Dumbledore?
-Por la barba de Merlín, no – replicó Dumbledore, sonriendo – No a menos que seas lo suficientemente tonto como para obligarme a hacerlo.
-¡Él no estará sin ayuda! – agregó la Profesora McGonagall en alta voz, metiendo su mano dentro de su túnica.
-¡Oh, sí lo estará, Minerva! – exclamó Dumbledore con voz aguda - ¡Hogwarts te necesita!
¡Basta de toda esta basura! – gritó Fudge, sacando su propia varita - ¡Dawlish, Shacklebolt, atáquenlo!
Un rayo de luz plateada relampagueó alrededor de la habitación; hubo un ruido similar a un disparo y el suelo tembló; una mano agarró la nuca de Harry y lo obligó a bajar hasta el piso al tiempo que un segundo destello plateado estalló; varios de los cuadros gritaron, Fawkes chilló y una nube de polvo llenó el aire. Tosiendo por el polvo, Harry vio una oscura figura caer al piso chocando delante de él; hubo un alarido y un ruido sordo y alguien gritó ¡NO!; luego el sonido de un vaso que se rompía, pasos que peleaban frenéticamente, un gemido......y silencio.
Harry luchó para ver quién estaba casi estrangulándolo y vio a la Profesora McGonagall encorvada a su lado; los había forzado a él y a Marietta a salir de la línea de fuego. El polvo todavía flotaba suavemente en el aire sobre ellos. Jadeando ligeramente, Harry vio una alta figura que se movía hacia ellos.
-¿Están todos bien? – preguntó Dumbledore.
-¡Sí! – contestó la Profesora McGonagall, levantándose y llevando a Harry y Marietta con ella.
El polvo empezaba a esparcirse. La ruina de la oficina surgió amenazadoramente a la vista: el escritorio de Dumbledore había sido volcado, todas las mesas de análisis estaban tiradas por el piso, los instrumentos de plata destrozados. Fudge, Umbridge, Kingsley y Dawlish yacían inmóviles en el piso. El fénix Fawkes se remontaba en amplios círculos sobre ellos, cantando suavemente.
-Desafortunadamente tuve que aturdir también a Kingsley o hubiera resultado muy sospechoso – explicó Dumbledore en voz baja – El fue notablemente listo, modificando la memoria de la Señorita Edgecombe, mientras todos miraban hacia otro lado. Le agradecerás por mí, ¿verdad, Minerva?
-Ahora, ellos despertarán muy pronto y será mejor que no sepan que tuvimos tiempo de comunicarnos. Deben actuar como si no hubiera pasado el tiempo, como si acabaran de ser golpeados, ellos no recordarán.
-¿Dónde va a ir, Dumbledore? – susurró la Profesora McGonagall – ¿Grimmauld Place?
-Oh, no – contestó Dumbledore, con una sombría sonrisa – No voy a esconderme. Fudge muy pronto deseará nunca haberme desalojado de Hogwarts, lo prometo.
-Profesor Dumbledore…. – comenzó Harry.
-Escúchame, Harry – le dijo con urgencia – Debes estudiar Occlumencia(*1) tan duro como puedas, ¿me entiendes? Haz todo lo que te diga el Profesor Snape y practica, especialmente cada noche antes de dormir para que puedas cerrar tu mente a malos sueños. Entenderás el por qué muy pronto, pero debes prometérmelo.
El hombre llamado Dawlish se empezó a mover. Dumbledore aferró la muñeca de Harry
-Recuerda, cierra tu mente.
Pero mientras los dedos de Dumbledore se aferraban a la piel de Harry, un repentino dolor pasó como un relámpago sobre la cicatriz de éste, quien sintió nuevamente ese terrible, serpenteante anhelo de golpear a Dumbledore, morderle, lastimarle.
-Tú entenderás – susurró Dumbledore.
Fawkes siguió girando alrededor de la oficina y bajó en picada sobre él. Dumbledore liberó a Harry, elevó su mano y aferró la larga cola dorada del fénix. Luego de un destello de fuego, ambos se habían ido.
-¿Dónde está? – gritó Fudge, levantándose del piso - ¿Dónde está?
-¡No lo sé! – también gritó Kingsley, brincando sobre sus pies.
-¡Bueno, no puede haber desaparecido! – bramó Umbridge – No se puede hacer eso dentro de esta escuela.
-¡Las escaleras! – exclamó Dawlish, y se precipitó hacia la puerta, la abrió de un tiró y desapareció, seguido de cerca por Kingsley y Umbridge. Fudge vaciló, luego se inclinó lentamente hacia sus pies, sacudiendo el polvo de su parte delantera. Hubo un largo y doloroso silencio.
-Bien, Minerva – comentó Fudge, malvadamente, arreglando la manga rota de su camisa – Me temo que es el fin de tu amigo Dumbledore.
-¿Tú de verdad crees eso? – inquirió la Profesora McGonagall desdeñosamente.
Fudge pareció no escucharla. Miraba alrededor de la destrozada oficina. Unos cuantos retratos le sisearon; uno o dos le hicieron gestos groseros con las manos.
-Es mejor que lleve a estos dos a la cama – sugirió Fudge, mirando a la Profesora McGonagall, señalando con una despectiva inclinación de cabeza a Harry y Marietta.
La Profesora no dijo nada, sólo se encaminó con ellos hacia la puerta. Mientras ésta se cerraba detrás de ellos, Harry escuchó la voz de Phineas Nigellus.
- Usted sabe, Ministro, yo estoy en desacuerdo con Dumblemore sobre muchas cosas.......pero no puede negar que él tiene estilo.
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